En un pequeño local de la calle Álvarez Quintero, Ramón García Salazar Diaque, hijo del pintor con el mismo nombre, realiza sus pinturas. En los lienzos no sólo hay colores o manchas o simplemente trazos del pincel. Hay más. Nada tiene que ver con lo que ve, sino con lo “que siente”, como el artista expresa. Retratos, bodegones, y puertas cerradas. Una colección. Un artista.

Habla de su padre. “Realizaba todo tipo de pinturas, dibujaba, hacía óleos e incluso esculturas”, recuerda. Sin duda, algo que tiene claro es que desde que su padre nació iba a ser artista, “en la escuela, el profesor ya le dijo que iba a ser pintor”, explica. Así, afirma que su padre tiene una gran colección y que son muchos los dueños de las pinturas, aunque apunta que actualmente esa colección de su padre “ha adquirido un gran valor”. 

Su referente como pintor, curiosamente, no es su padre, ya que tal como explica “lo vi poco pintar, ya que me he llevado 40 años trabajando en Madrid”. Diaque comenzó a  pintar en 1999 y lo primero que hizo fue el retrato de su madre. “Tenía facilidad para este tipo de pintura, para sacar los parecidos de los retratos, pero sin llegar a un perfeccionismo, sino que es una pintura más abierta”, explica. Tanto es así que han calificado a su pintura como diaquismo, “porque no está dentro del expresionismo ni del realismo”, señala. “Mi pintura no está definida”.

“Siempre he defendido a mi pueblo, porque no es mi pueblo, es mi casa”. Al hacer referencia a Barbate, Diaque explica que “existen muchos artistas”, no sólo en pintura, “sino también en música o en literatura, “y muy buenos”. A pesar de esta riqueza, el pintor considera necesaria la unión de todos esos artistas para que “el pueblo se desarrolle”.