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Nueva pedagogía: No quiero ser negra

Fita | 08 de mayo de 2014

- ¡Yo no quiero ser negra, yo no quiero ser negra¡ ¿Qué le dices a tu hija cuando viene echa un mar de lágrimas con esa martingala? Estamos desesperados, no sabemos cómo actuar, dónde acudir, a quién consultar. – confesó Maite a los amigos en medio de una reunión de la asociación de antiguas alumnos-

- Me extrañaba verte así, tan ensimismada. –dijo Inma, siempre con esa actitud maternal con la que nos trataba a todos-

- Pero la niña puede estar sufriendo un problema de bullying, ¿Lo habéis hablado con la orientadora del colegio? –propuso David, que siempre tenía una receta pedagógica debajo del brazo-

- A lo mejor es simplemente que quiere parecerse a algún ídolo juvenil, una cantante, una actriz o, quizás lo que más siguen hoy estos adolescentes, una bloguerista…en esa edad es muy corriente que quieran imitarlos. –añadió Oliva en un intento de quitarle hierro al asunto-

- Ya hemos pasado por todos esos supuestos y seguimos sin verle salida al asunto. La niña cada vez está más encerrada en sí misma. Antes no era así, ya la conocéis. ¡Yo quiero morirme¡ no puedo dormir, me duele todo el cuerpo, las cervicales me tienen mareada todo el día…esto acaba conmigo.

Las sesiones mensuales de la asociación discurrían con la inercia de la experiencia acumulada de sus componentes. En el primer cuarto de hora se zanjaban los temas a debatir ya que en las marchas por el monte que ahora se había convertido en el evento mensual que los reunía, los iban mascullando y eso les permitía ir conociendo los asuntos y fijando la posición de cada uno. Se podía decir que había censura previa pues sabiendo de qué pie cojeaba cada amigo, cada uno iba ajustando su posición antes de exponerla al consenso previsto. Así daba gusto, eso les permitía hablar de los asuntos que la intimidad del local facilitaba, como cotilleos vecinales y, sobre todo, los derivados de la última comida en el campito de alguno de componentes. Nunca habían derivado a estas cuestiones personales, si bien, en su larga relación, era lógico que conocieran los detalles privados de cada uno o, al menos, las coordenadas generales. Incluso participaban de las ceremonias familiares clásicas. Por eso todos aceptaron acudir el domingo a comer una paella al campito de Maite con sus hijos para arropar a la adolescente traumatizada por “el negro”.

- ¡Qué bien que hayas traído a tus hijos¡ se la ve muy contenta jugando con ellos. Precisamente Javier quería preguntaros por el instituto de vuestros niños. Quizás, un cambio…¿No te parece?

- Seguro que es una buena idea. Además, ya lo ves, mis hijos la adoran y ella no se sentirá una extraña en el nuevo colegio. –Oliva no pudo reprimir un tono de yatelodije e incluso de doñaperfectamadre-

- Pensarlo bien. Puede ser que eso sea ir de guatemala a guatepeor. Es un colegio religioso y le pueden inculcar otros traumas que ahora no tiene. –David siempre aprovechaba para criticar a los curas-

- Cariño, cerca de nosotras está mejor. En la pública está rodeada de inmigrantes y mira por dónde ha salido. ¿Te figuras qué se le puede pasar por la cabeza cuando se vea rodeada solo de blancos? –Cacareó la gallina Inma-

- Mamá, mamá, ¿por qué los niños me dicen que no soy negra? –gritó la criaturita adolescente desde el borde de la alberca-

- Lo siento, querida, les había advertido que no pronunciaran ese color y mira…

- Es que quería que la frotáremos con una esponja dura para quitarse lo negro, como tú nos lo prohibiste…

- Basta ya –terció Javier, el padre abrumado- La culpa la tenemos nosotros por consentirle llegar tan lejos en este asunto. Pero mañana mismo volamos para Tailandia a que conozca sus orígenes y verás que pronto llora por venirse corriendo para Málaga.

Maite sabía que los amigos le preguntarían por el resultado del viaje. Después de los tres meses de asuntos propios que habían empleado para sacar a su hija del trauma del negro, les debía un relato detallado. No había querido utilizar el Facebook para colgar los pormenores del asunto, se había limitado a bajar las fotos de los tres, en aquella isla donde aparecían como una familia feliz en vacaciones. ¡cómo engañan las fotos¡ Sí, fue real que se disfrazaron con aquellas ropas indígenas. Tampoco eran tan raras. Incluso ella estaba muy favorecida con la túnica magenta. Por eso había decidido ponérsela hoy para la fiesta de bienvenida. Lo peor, Javier, que tuvo que pasarse todo el día casi en cueros luciendo ese blanco fofo que tienen los cuerpos guiris en contraste con los fornidos y oscuros indígenas. Todo por confraternizar con “nuestra familia”, como decidimos llamar a los habitantes del poblado de donde supuestamente venía mi hija. Y grosso modo, trataron de adaptarse a las costumbres de la cotidianeidad salvaje a la que, hoy día, nos tiene tan acostumbrados los documentales de la 2 que tanto ayudan a echar la siestesita. Total, salir a pescar de día, asar pescado y beber leche de coco viendo el atardecer mientras los nativos cantan y danzan preparándose para el acoplamiento. El exótico encanto de la vida tropical.

- Cariño –arrancó Inma- vienes guapísima ¡cómo se nota que has estado en el Paraíso¡

- Y se podría decir que me lo he traído enterito, ¿no estoy más bien refrita por fuera? Aunque lo peor es por dentro, estoy incubando dos o tres enfermedades tropicales que todavía no me saben diagnosticar con precisión.

- Vienes preciosa con esos collares y esos adornos en el pelo, preciosos. –Oliva siempre era la que se fijaba en los complementos-

- Pues os traigo para todos y para varias generaciones. Hemos cargado con un sobre peso que nos ha costado dos billetes más del avión.

- Todos los días no se va a Tailandia, merece la pena. Tienes que explicarnos lo que has aprendido viviendo en el poblado ¡qué experiencia antropológica¡ - David siempre tiraba para lo formativo-

- Pues lo vas a poder aprender por ti mismo, nos hemos traído la tribu puesta.

- ¿A qué te refieres? ¿Habéis adoptado otra niña? Conociéndote lo maternal que eres, no me extrañaría nada –Inma hablaba por sí misma-

Pasaron a la parcela atraídos más por ver quien había en la casa que por reencontrar al resto de la familia de Maite. Habían reproducido dos o tres chozas e incluso las habían rodeado de palmeras cocoteras. No faltaba la blanquísima arena, dos o tres enormes tortugas y algunos cangrejillos desplazándose en hilera, extraños pescados secos colgando de tendederos coloridos, ni un enorme sillón de caña, o de bambú seguramente, donde señoreaba el rey de la tribu, En este caso, el padre des-abrumado que, a falta de vestimenta, tenía tatuado todo su cuerpo y bebía, directamente de un coco, un mejunje de espuma rebosante.

- Sal, cariño, han venido a verte tus amiguitos. –le instó Maite a la adolescente que cruzaba buceando las aguas de un azul tropical deslumbrante- Ven, cariño, llevas más de tres horas. Por hoy ya es bastante. Ahora ven a saludar a los amigos. Anda, sal ya.

Los otros niños se tiraron rápidamente a ese amodo de marina que habían preparado y llenado con agua de mar traída directamente del trópico, según aseguraba la empresa que se lo proporcionó.

- Niños, poneros los bañadores, venid acá. No podéis estar tanto tiempo bajo el agua.

- Mamá, mamá, ¡Tengo ya los ojos como una auténtica moken, ya puedo ver mejor dentro del agua que fuera¡

Alguien comentó, es que los niños deben decidir cómo quieren vivir…es la nueva pedagogía.

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