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La doncella de centro

Josega Real | 06 de febrero de 2014

El centro es como una doncella pretendida por caballeros de dudosas intenciones. Se siente traicionada e indecisa. Siendo una adolescente alocada se fijó en un candidato socialista que le dio “motivos para creer”. Cobijada bajo los arcos apuntados de sus cejas, depositó en él su confianza una mañana de domingo. Aquella relación tan ilusionante terminó cuando él empezó a hablar de Champions en la economía y ella, sin ser una experta en fútbol, sabía que estábamos condenados a bajar de categoría. Poco tiempo después conoció a un conservador gallego. Su estrategia de conquista consistía en recordarle los desmanes y las mentiras de su último amante. 

Espoleada por el despecho, cambió la chupa de cuero de Trinidad Jiménez por la peineta de María Dolores de Cospedal. Estrujó la rosa con el puño y se desprendió de sus pétalos marchitos. Arrancó una margarita, y deshojándola, le dijo sí quiero al galán de los siseos. Sin embargo, se equivocó (con) la gaviota, se equivocaba, creyó que la derecha era el centro. Desde los primeros meses de romance, su nuevo novio le exigía enormes sacrificios: el pago de una deuda que ella no había contraído, un cobro desmesurado por productos de primera necesidad y encima, cada vez que ella le pedía explicaciones, él guardaba silencio o se escondía detrás de una pantalla de plasma. Un día se levantó mareada y dolorida. Entró al cuarto de baño y vomitó un par de veces. Acudió al médico y éste le dijo que estaba embarazada. No podía criar a un hijo en unas condiciones tan precarias. Quiso abortar pero su pareja se negó. Le insinuó que sus amigos de las sotanas y los crucifijos le habían confesado que eso era pecado. 

Ella se rebeló y salió a la calle. Allí encontró muchos casos parecidos al suyo. Mujeres y hombres que habían sido engañados por esas parejas que solo se acordaban de ellos cada cuatro años. Considera que ha perdido el tiempo. Debió prestar más atención a las historias del abuelo y menos a los desamores de Paquirrín. Se arrepiente de esas noches de sábado corriendo riesgos con su prima e ignorando qué es la prima de riesgo. Reconoce que no debió cambiar de canal cuando esos pretendientes peroraban en televisión. Ya no baja el volumen de los informativos mientras almuerza con su familia. Ahora se informa, lee, escucha, lucha y opina. Ha descubierto que no todos son iguales y que hay alternativas. No consiente que la ignoren y mucho menos que la subestimen. Alza la voz en las plazas, hace suya las causas de sus congéneres, revaloriza la política y derrocha libertad.

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