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La generación perdida

Josega Real | 28 de enero de 2014

La banda de fieltro que el decano colgó sobre nuestros hombros, con el anagrama de la Universidad impreso en un extremo, se apolilla en el fondo del armario. La foto de estudio y de estudios superiores, preside la mesa del salón ocultando la estampa de un inocente impúber en su Primera Comunión. La profesión a desempeñar “en un futuro  muy distante” (y quién sabe si en una galaxia, muy lejana) plasmada en un papel mojado enmarcado para orgullo paternal ante visitas foráneas de diverso pelaje. Una promoción de egresados en oferta  por liquidación funesta. Púgiles novatos que encajan los golpes del primer asalto y con las mejillas entumecidas y la nariz ensangrentada aguantan el dolor por amor propio sin arrojar la toalla.

El paso del ‘País de nunca jamás’ a jamás vas a trabajar. Con razón Peter Pan se negaba a crecer. Aprendemos idiomas para entender en qué lenguaje hablan los que dirigen esta Torre de Babel antes de arrojarnos desde el piso más alto. Nos empujan a una fosa común dándonos sepultura sin que nos haya dado tiempo a vivir. “Coged las rosas mientras podáis” decía Robert Herrick. Y mientras podan las rosas y los servicios públicos, nos repartimos las espinas. Judas traicionó a Jesús con un beso por treinta monedas de plata. Algunos se prostituyen por menos dinero renunciando a sus principios ante un imperativo categórico acuciante.

Como Faustos frustrados que aspiran al conocimiento infinito, se prolonga la formación académica ante la falta de oportunidades. Borrar las carreras y los cursos del currículo en un ejercicio de falsa modestia lacerante al optar a determinados puestos de escasa cualificación. Como en la famosa escena de ‘Los hermanos Marx en el oeste’, desguazamos el tren en marcha en un viaje abocado a la tragedia ¡Más madera! Después del accidente nos levantamos y aturdidos por choque y la infoxicación imperante seguimos perdidos, buscando la salida de este profuso laberinto.

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