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La venganza de Flandes

Josega Real | 18 de junio de 2014

Ni los más pesimistas presagiaban una noche tan aciaga. Como criaturas celestiales procedentes del Olimpo, los jugadores de la selección aterrizaron en el Arena Fonte Nova luciendo una equipación blanca, signo de pureza e inocencia. La campeona del mundo empezó a lucir su estrella meciendo el balón y comunicándose a distancia con pases largos que no infundían ningún miedo. Enfrente, un combinado rencoroso, que agazapado entre la maleza brasileña, esperaba el momento ideal para abalanzarse sobre su codiciada presa. Una empanada de la defensa española permitió que Robben se citara otra vez con Casillas en un arrebato de segunda juventud: “Iker, por los viejos tiempos”. El Santo sacó una manopla en el momento justo y permitió que España suspirara al unísono removiéndose inquieta en el sofá de casa o en el taburete del bar. Tras este aviso,  parecía que los hombres de Vicente Del Bosque se desperezaban lentamente quitándose las legañas de los párpados.

Empezaron a rondar el área holandesa, Iniesta y Silva se conchabaron para hacer diabluras con pases y gambetas de ensueño y Diego Costa merodeaba la portería con más corazón que cabeza. Un penalti sobre el de Lagarto permitió a España adelantarse en el marcador. Xabi Alonso transformó la pena máxima con un disparo raso a la derecha de Cillessen. Ese gol sólo fue la calma que anunciaba la tormenta inminente. Poco antes del descanso, Van Persie pinchaba un globo con la cabeza que se fue desinflando hasta morir en las redes de la portería (in)defendida por Casillas. El primero de Holanda fue una advertencia  sutil, una mensaje de la Mafia sobre una cama ensangrentada. El partido no sería un remake de lo acontecido en  Sudáfrica hace cuatro años.

Empezó la segunda mitad. Los jugadores volvían al terreno de juego pero la furia española se había quedado dormida en el hotel o perdida en el aeropuerto. En el minuto 53, Robben cazó un balón en el área, lo acunó con un control magistral, amagó y mientras Piqué y Ramos  contemplaban una  reluciente calva, el holandés batió a Casillas con un trallazo impecable. La defensa hacía aguas y el centro del campo se había diluido con la  lluvia que había empezado a caer sobre el estadio.  Mientras Van Persie derriba a Iker en el trancurso de una falta, Vrij aprovechó el barullo y la confusión para marcar el tercero de cabeza. España había sido invitada a un funeral pero nadie le había anunciado que sería el suyo. Siete minutos después, Ramos le cede un balón a Iker que se le escapó como un bebé travieso. Acudió a su rescate arrojándose al suelo pero la desgracia era inexorable. Tendido sobre el césped vio cómo Van Persie convertía ese fallo en el cuarto de Holanda. Ni el virtuosismo poético de Pedro ni la suerte que ha acompañado a Torres en las grandes citas in illo tempore podían subsanar ya un debut tan desastroso. Mientras los españoles miraban de reojo la hora del marcador los holandeses querían prolongar la fiesta hasta el siguiente carnaval. Robben, en estado de gracia, cabalgó al trote hasta encarar a un Casillas hundido, se giró, armó la pierna y culminó la jugada con una dolorosa manita. Los tercios viejos españoles no lograban doblegar a las tropas de Flandes. Toca jugarse la vida y el honor contra Chile. Tras este duelo, se ampliará la leyenda de un imperio o empezará su decadencia.

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