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Cultura

Y el paraíso se hizo música

Heraldo de Barbate  |  10 de junio de 2014 (03:20 h.)
Nono García contemplando el paraíso de la Breña.

Miramos al horizonte desde lo alto de la torre de Meca y las voces se hacen susurro estremecidas por la belleza del paisaje. Enfrente la silueta de África salpicada de pequeños cubos blancos que presentimos como núcleos de casitas.

El poniente enciende los cielos de un azul intenso y la mar, encelada, se hace esmeralda. Así empieza la tarde. No corre una brisa, el viento está en calma, quizás barrunto de levante, quizás, elegante, el aire se hace sosiego para que la música lo llene. Miramos al horizonte desde lo alto de la torre de Meca y las voces se hacen susurro estremecidas por la belleza del paisaje. Enfrente la silueta de África salpicada de pequeños cubos blancos que presentimos como núcleos de casitas. El más concentrado, la mítica Tánger que se va diluyendo con la noche o con  el sonido de los acordes. Nos rodea un mar de pinos acariciados por las luces de un sol que se esconde. El verde, los rojos encendidos,  los amarillos cargados de lilas, los colores que Nono le ha sacado a la noche con sus primeros toques. Los primeros aplausos se acompasan con la algarabía áspera de las gaviotas que escuchan desde sus nidos colgados en el acantilado. Todo se funde. 

- Hay algo místico esta noche, oficiaré de chamán para que la Pachamama nos cobije. 

–dice Nono, ya cautivado, por la noche.

 

Y este maestro ofició su ritual con tal virtuosismo que la Pachamama nos regaló la vida. 

Todo empezó a las 8 de la tarde del último sábado de mayo, en el aparcamiento del Pinar de La Breña donde iban llegando los coches del pequeño grupo –unos 30- que íbamos a asistir a la presentación del disco ”Viaje a La Breña”, de este inmenso músico, Nono. Encuentro de amigos, de vecinos, de compañeros que se saludaban, se abrazaban, se relataban confidencias y se sabían participes del privilegio de asistir a un evento – como dicen ahora en las redes cuando hay algún acto cultural o social- tan especial. 

  • La ruta no es larga pero con la arena…
  • No hay pérdida. Sólo hay que seguir el camino y tomar siempre la vereda de la izquierda. –nos dice el guía del parque que nos acompaña durante el trayecto de 1’5 km. que tiene esta senda que nos conduce hasta la torre de Meca-

Y el grupo se fue estirando y caminamos por el parque natural con buen paso, y con la charla que iba dando tumbos entre historias y vivencias personales en este paraje,  o sobre el reconocimiento de los arbustos, de las flores,  de todo con lo que la primavera nos iba deslumbrando. 

  • ¡Cómo tienen el Parque ahora de bien¡ paneles informativos, rutas señalizadas…parece un jardín de cuidaíto.
  • Yo me he enterado en el último momento, ojalá lo repitan, mucha gente se ha quedado con las ganas. 
  • ¿Ese ruido será un animal? ¿Aquí hay animales grandes?
  • Nosotros somos los más grandes. Anda, chiquilla parece mentira si tú te has criado subiendo a la Breña. ¿O no veníamos de chicas a por piñas, por espárragos, por palmitos con tu padre?
  • Anda, pero si ya estamos en la Torre, de chica me parecía más lejos.
  • ¡Qué bien, la tienen abierta¡ desde que la arreglaron no he vuelto a entrar, la cerraron , menos mal, porque era un peligro y tos los niños se metían y subían. Un peligro. Ya  ves nunca pasó nada y ahora to nos da miedo pa los niños. ¡qué tiempos¡

Una escalera metálica de dos tramos de pendiente –la torre tiene casi once metros de altura- nos introduce en el interior de la torre. El grupo se anima con la copita y la brocheta de atún y queso con la que nos reciben los encargados del evento,  el personal del Parque de La Breña. Construida en el siglo XVII la torre tiene forma troncocónica, como nos explica el guía que nos hace una breve y amena semblanza del monumento. Es una de las torres que a lo largo de la costa se construyeron para atisbar el peligro de los piratas turco-berberiscos que asolaban estas tierras. Un óculo, ahora acristalado, permite la entrada de luz en el interior y nos hace alzar la mirada hacia la almena donde se situarían los vigilantes del estrecho. El interior está revocado y enfoscado en un agradable color terroso. La escalera que sube es estrecha y muy empinada por lo que el grupo asciende con calma y con expectación. Al llegar arriba una sonrisa acogedora, la de Nono, nos va recibiendo y en su cara se adivina el placer que desde esa altura se respira, es contagioso. 

 

A 173 metros sobre el nivel del mar, sobre un acantilado, la vista es la inmensidad y mires para dónde mires, el mundo se ve embellecido o esto es el Paraíso. Las luces del puerto y del paseo marítimo de Barbate parecen estrellitas de colores sobre el inmenso azul del mar. El ocre del acantilado amarillea con las últimas luces y parece alumbrar la mar para que señoree a sus anchas, esta noche primaveral. Verdes, como una inmensa pradera, los pinos tienden a nuestro alrededor su alfombra protectora. 

Algunos toman asiento en los taburetes que circundan unos tapices sujetos con velas encendidas, que hacen de escenario. Allí el maestro, de blanco impoluto, va ajustando la guitarra y ejercitando sus dedos. La mayoría se sientan sobre otras alfombras o se arriman a las almenas para, apoyando la espalda, sentirse más cómodos. Nono arranca con un tema de los suyos, de los que, casi todos los que allí estamos, le hemos escuchado en otros recitales. ¡Qué arte tienes¡ le dicen desde la primera interpretación, alguno de sus incondicionales. Tienen sus temas, una elegancia “piñonera” –como él mismo dice- que hace que aflore lo que los entendidos dicen que es lo auténtico, lo que es la esencia del hombre y, quizás como él dijo en un momento de la noche- el hombre fundido a la esencia de la tierra, a su tierra, esta tierra de mar y pinos y de hombres con sueños como el suyo, que sueñan con horizontes, horizontes de la mar que no tiene límites.

Y, como piñoncitos, van sonando sus canciones que suenan a ritmos de otros rincones: sones caribeños o acordes orientales, a música clásica o contemporánea, con fondo del flamenco eterno y del más abierto que se expresa con la libertad de esa música libre que es el jazz y del que este artista –Nono García- sabe fusionar con la naturalidad y la grandeza del maestro pero también del amante. 

Y, entre los suyos, introduce las canciones con confidencias que relata con la sal de su casta y así hace memoria de sus comienzos en Granada donde se hizo músico y persona y se supo andaluz por los cuatro costados, pues la filosofía –esos estudios hacía en aquella ciudad mora- no lleva más que a las entrañas de uno mismo; digo yo de mi propia cosecha, pero seguro que Nono está de acuerdo. Y afianzado en sus raíces se echó al mundo –Madrid, Bruselas, México etc., etc- para ir empapándose de otras músicas que ha ido fundiendo con la suya y convirtiéndolo en un intérprete de una calidad y una calidez irrepetible.

Escuchamos bulerías y el tanguillo de siempre, el auténtico, el del “tío de la tiza” –que no era de Conil, si no del mismísimo Cai, como ha investigado uno de sus amigos presentes- y sonaban a música de salazones, delicados y potentes. Y tocó temas de sus discos anteriores –Las quimeras del momento, Atún y chocolate- y del nuevo –Viaje a la Breña-.  Y el músico se iba creciendo y cada tema era un nuevo acierto y con cada sonido de su guitarra nos  llegaba y nos emocionaba. Aplausos y elogios espontáneos trataban de arropar al Chamán de La Breña que sin empadronarse, es el único vecino al que le vamos a  conceder  el pasaporte de La Breña –una iniciativa suya-  sin más trámites que su arte. 

Un arte que se hizo en el Sur, en los 70-80, cuando los grupos del momento tenían en Los Caños su espacio sagrado donde oficiar los ritos de los que surgieron las mejores músicas del momento. La movida se hacía en el sur y por eso, nos contaba, vuelve y vuelve de esos mundos, pa recargarse y volver a componer. Pa que los sonidos del mundo, los que va atrapando al calor de otros músicos, de otros parajes, de otras culturas, se le vayan haciendo propios y parezcan como de casa, porque a fin de cuentas la Chapamama es de todos y en todos se funde. 

Brujo o chamán, de Barbate y del mundo, del mar con orillas y de la mar sin límites, su música habla de su gente y relata sus historias, las que su madre le contaba cuando era  pequeño. Personas y/o personajes que son  héroes para un niño que hace suyas las quimeras de un pescador, de un pequeño contrabandista, de un barbero etc. ¡Cómo le hicieron soñar esos hombres de su pueblo¡ esos quijotes cotidianos, todos ellos protagonistas de historias de leyenda. 

- No os acordáis del  …si hombre un contrabandista con el que nos asustaban a los niños para que nos metiéramos en casa. O con…

¿Aquellas historias eran de otro mundo?, ¿Ya no existen esos personajes? O ¿se han hecho reales porque un músico los soñó?

 Cuando ya la noche se echaba encima y el público se ponía las chaquetillas, era hora de deshacer el camino, pero nadie se movía. Espectadores de una música y de un espacio que estábamos  viviendo como un privilegio. Nono nos despidió con el que para muchos fue el mejor tema de la noche. Quizás, por eso, nos retardamos y en pequeños grupos apiñados junto al que, previsor, llevaba una linterna, rehicimos el camino de vuelta. 

 

Y el maestro ofició su ritual y  la Pachamama nos regaló la vida. 

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