Mala imagen. Por dentro y por fuera. Físicamente y en su gestión. Eso es lo que da. Nuestro Ayuntamiento da mala imagen. Y a veces, hasta vergüenza. La que debería ser la institución más respetada, integrada entre otros, por un equipo de Gobierno elegido entre todos los ciudadanos (entre los que tenemos derecho a votar), no pasa por su mejor momento, pero tampoco hace falta decirlo, porque se puede comprobar al pasar por delante. El respeto a la principal institución debe ser esencial para que un municipio pueda desarrollarse. Lógico. Y no la hemos respetado. Pero tampoco se ha hecho respetar.
Es triste pasear por la Plaza de la Inmaculada y comprobar como una de las zonas más emblemáticas de la localidad está descuidada y destrozada por el antojo de una serie de responsables. Cables entre los árboles, jardines a medio cuidar, aceras sucias. Algunas farolas nuevas y una fuente con luz y agua (que ayuda a ver con más claridad los desperfectos de la obra de Ramón Salazar); así como un parque infantil frente a la fachada del Ayuntamiento (algo que nunca he visto en otras ciudades, aunque algunos saldrán allí a descansar).
Nuestro Ayuntamiento está enfermo, y se nota. La pared se cae. Su color, entre el amarillo y el blanco, muestra que se encuentra débil. Pintadas en las paredes, cableado colgando, y un parche de cemento en cada agujero. Un reloj parado. Y el sonido de las campanadas algunos lo mantendrán en su memoria, porque lo que es escucharse, no se escucha.
En el interior, ya se encuentra la explicación a todo. Desorden, poca información y lo mejor, un techo negro tras las tantas veces que ha salido ardiendo ¿Cuesta más un cubo de pintura que hacer una rotonda inservible? Dentro se trabaja o no, eso no lo sé, juzguen ustedes.
Se le perdió el respeto hace mucho tiempo, y todos tenemos nuestra parte de culpa. Está enfermo, y se nota. Habrá que llevarlo a la Casa del Mar (que también debe hacerse respetar)…