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Un lugar llamado pueblo

Luis Rossi | 02 de abril de 2014

Esta es la historia de un lugar que nadie conoce y que nadie ha estado allí. Esta es la historia de un lugar donde después de unos años alimentados con falsas esperanzas, los súbditos del rey empezaron a protestar. 

Esta es la historia de un lugar que nadie conoce y que nadie ha estado allí. Esta es la historia de un lugar donde después de unos años alimentados con falsas esperanzas, los súbditos del rey empezaron a protestar. El pueblo, cada vez más hambriento, se tiraba a las calles por no poder vivir.

En este reino había un rey, con cara de bonachón, pero que encerraba la maldad propia de una persona que jamás ha pasado hambre, ya que sus días se pasaron entre bribones, elefantes y Soberano. Un rey que hacía y deshacía a su antojo, de espaldas al pueblo, pero viviendo de sus impuestos.

Un rey que hacía y deshacía a su antojo, de espaldas al pueblo, pero viviendo de sus impuestos. 

Para colmo, sus familiares más cercanos se percataron de las formas y maneras reales y empezaron a imitarle, hasta que un día le dieron caza. Pero como en este lugar la justicia va de la mano con la realeza, todo quedó en una mera anécdota. Y es que este rey tenía tres hijas, pero no las metió en tres botijas ni las tapó con pez. Una de ellas era un hijo, que no tenía valía suficiente para plantar a su déspota padre y reivindicar su puesto en los momentos más delicados del reino. Quizás sería porque sabía que la herencia sería una continuidad y no una ruptura, para seguir viviendo a cuerpo de rey.

Como el rey miraba para otro lado, este lugar tenía un gobierno, que miraba para el mismo lado. Este reino que tenía un gobierno votado por los lacayos, dejó de ser legítimo en el momento que se dejó gobernar por otros lugares mayores. Y su jerárquica ceguera les llevó a ser, a su vez, súbditos de un lugar con mentalidad vikinga y bárbara.

Pero si no fuera bastante con esto, este lugar que tenía un renio, que tenía un rey, que tenía un gobierno y que se vendió a otro gobierno, se dejó llevar por un sistema caduco convirtiéndose súbdito de otro poder mayor, cruento y sanguinario como pocos, donde lo más parecido a la libertad, es una estatua petrificada. Hasta que un día, inflados por los impuestos y por las injusticias, los vasallos de lugar, del reino, del gobierno y de sus opresores, se revelaron.

Cada vez más hombres y mujeres decidían plantar cara, unos por el hambre, otros por la pérdida de sus casas, otros por solidaridad…

Decidieron decir un día “basta ya”. Entonces, sólo entonces, el rey  y el gobierno les echaron a los leones, a la guardia real. La batalla campal pasó a las calles del reino, cada vez más hombres y mujeres decidían plantar cara, unos por el hambre, otros por la pérdida de sus casas, otros por solidaridad… todos por dignidad. Hasta que un buen día, la guardia real se cansó de defender a aquellos que les roban y especulan con el futuro de sus hijos. Así, este ejército de ciudadanos pasó a ser defensores reales del pueblo.

En ese momento el rey cayó, más de lo que estaba acostumbrado a caer, el gobierno fue derrocado y los gobiernos dominantes, titiriteros del poder, tuvieron que sucumbir al poder del pueblo, a la cosa pública. Esta es la historia de un lugar que nadie conoce y que nunca ha estado allí, pero que todavía está por descubrir. 

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