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Mirando al mar

Luis Rossi | 05 de agosto de 2013

Desde que conocemos historia barbateña, allá donde nuestra memoria no alcanza, las cañas se relanzan, el pescado se caza y las redes se preñan. Allá donde nuestros antepasados nos cuentan, en cada golpe de timón, en cada ola, en cada aurora. 

Desde que conocemos historia barbateña, allá donde nuestra memoria no alcanza, las cañas se relanzan, el pescado se caza y las redes se preñan. Allá donde nuestros antepasados nos cuentan, en cada golpe de timón, en cada ola, en cada aurora. A los que le llaman de cerco y jareta, los que surcan los mares con vientos africanos, hoy aplauden la vuelta a la faena desconsolados. Barbate es mar, es río, es pesca, es turismo. A lo largo de nuestra vida barbateña, la pesca ha sido la clave del tiempo, el motor de la aldea, la salsa de un pueblo.

La pesca de la Almadraba, anterior a su propio nombre, cuando fenicios a base de golpes, de las entrañas del mar alimentaban con peces gigantes, como dijera un tal Cervantes, entre túnidos y tunantes. Los bereberes, siempre vigilantes de nuestras costas, nos pusieron complicadas las cosas, a lo largo de los siglos, en cada jornada. Si eran corsarios que apresaban nuestros paisanos que buscaban el pan, luego fueron mercenarios que en un despacho perpetraban, sin agallas ni manos agrietadas, las ilusiones de un pueblo que ya no navegaba.

Eran temporales de sangre, sudor y lágrimas, pero de abundantes cajas, que daban vida una lonja de rebosantes miradas. El funesto último acuerdo del cordobés del puño y la rosa, dejaba un epitafio en la baldosa con el moro Juan y sus aguas belicosas. El marinero se quedó sin mar, se quedó en tierra. Y tuvo que quitarse el salitre para llenarse de cemento, alzar edificios, palaustre y ladrillo y volver a nacer en un momento. En un pueblo donde la cultura se queda amarrada en un noray, las fauces del demonio, embarcado en un candray, prostituyó las mentes y abarrotó las bodegas de un vino negro de mal color. Una droga que, a pesar del tiempo, no hay quien nos la quite del sufrimiento.

Así, ávidos lectores, nuestro muelle verá zarpar los barcos, en un tiempo de carestía, donde un puesto de trabajo en el mar, será la llave de un progreso que debemos abordar. Si bien no supimos conservar ese peculio ganado a golpe de viento en el pasado, ahora debemos aprovechar que la mar está de nuestro lado y salir a flote repercutiendo con cabeza en una sociedad mejor, más culta y menos plebeya. El turismo y la pesca se dan la mano, no miremos para otro lado, miremos al mar, la mar, que tenemos la mejor flota para sacar este barco de donde está varado. ¡Volvemos a faenar!      

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