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Museo 'Paquirri'

Luis Rossi | 26 de septiembre de 2013

Coincidiendo con el vigésimo nono aniversario de la muerte de Francisco Rivera en Pozoblanco, Luis Rossi nos deja una propuesta de lo que podría significar un homenaje al torero, siendo una idea turística para el municipio.

A estas alturas no sé si creerme lo que por mis pensamientos pasa en un alarde de desaires y sentimientos sin casas. En mi profesión, como en todas, son muchos los que miran y remiran para lados oscuros de la vida, que más saben lo que se ocultan, buscando un morbo que asusta, en las entrañas de un ser vivo. No soy taurino. No. Respeto, no comparto. No soy taurino porque soy amante de los animales, que sienten, padecen y te aman si les presta un poco de atención sin detalles.

El mundo del toro está repleto de personas que se sienten identificadas, con una forma de vida, de pensar y de hacer política, que nada tiene que ver con lo que uno vive, piensa y hace. Sin embargo, mi pueblo, me guste o no, tiene una deuda pendiente con un matador. Francisco Rivera ‘Paquirri’, creció por los barrizales de aquella incipiente población, que mientras cuidaban de ver como la mar no se tragara al pescador, el niño Paquirri aprendía el arte del toreo por cualquier rincón.

Su nombre por las plazas nacionales recorría el eco de su pueblo, el barbateño salía al ruedo y su universo se centraba entre él y el toro.

Su vida, pegada a sus orígenes, fue trascendiendo por los burladeros del país, dejando una estela de arte, en cada capotazo de vivir. La alternativa en la Monumental de Barcelona, dejó la estampa de lo que sería un acróbata del albero, que más tarde sería su confirmación como figura del toreo. Su nombre por las plazas nacionales recorría el eco de su pueblo, el barbateño salía al ruedo y su universo se centraba entre él y el toro. Teniendo detrás un largo recorrido de paisanos que con orgullo de ser gaditanos, le brindaban con su presencia en cada tarde de sol y sombra con un clavel en las manos.

Hace casi 30 años, en días como los que nos siguen, el torero cayó no en la arena, sino en la carretera. Una cogida trascendental que cercenó sus sueños, dejando muda una familia y a un pueblo entero. No soy taurino, ávidos lectores, ni tampoco lo comparto, pero con la gente que tanta fama le ha dado mi pueblo, sólo puedo ser humilde y mostrar respetos por el que un día, sin más remedio, dio la vuelta al ruedo. No hay recuerdos en el lugar que le vio nacer, correr, jugar, crecer, soñar. Una alameda o avenida que alguien puso sin darle mucho bombo corona la entrada de Barbate, sin más acicate que un placa destilada, que nada tiene que ver con el resto del callejero de las barriadas.

Un lugar donde el pueblo se acuerdo de su torero, el que hizo historia en este mundo y que dejó su nombre escrito en los laureles del tiempo.

Mucho tiempo se habló de un monumento, de un homenaje a sus recuerdos, pero por qué no se piensa en un museo. Un lugar donde el pueblo se acuerdo de su torero, el que hizo historia en este mundo y que dejó su nombre escrito en los laureles del tiempo. Y por qué no decirlo, un sitio que sirva de camino al peregrino. Al peregrino y al turismo. No soy taurino y no comparto está afición, pero soy condescendiente con mi gente, con mis paisanos y a los 30 años de su muerte, Paquirri debe tener su Museo en su tierra donde lo recuerda su gente. ¿Se imaginan el cartel del Museo en su propio chalé de la entrada del pueblo? 

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