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El tren del progreso

Editorial | 19 de agosto de 2013

¡Pasajeros al tren! Gritaron hace años en la provincia. Los pueblos de alrededor compraron su billete y tomaron su rumbo. Barbate se quedó en tierra.

Hace ya años que Barbate espera con necesidad supina una aluvión de buena suerte que lo aúpe a recuperar la prosperidad perdida. Un maná que no llegará por la vía esperada, que deberá llegar por el motor que lleva el pueblo con el ahínco de sus ciudadanos. ¡Pasajeros al tren! Gritaron hace años en la provincia. Los pueblos de alrededor compraron su billete y tomaron su rumbo. Barbate se quedó en tierra.

Un billete de vuelta, por favor. La vuelta a una época en la que el progreso era una de las rutas más seguras. Al llegar a la estación, existen varias taquillas para comprar ese billete: la del inversor, por ejemplo. Un inversor y un capital que nunca llega, y que probablemente no se le ha ofrecido el billete para que su aventura fuese beneficiosa para los intereses de un pueblo. La taquilla del visitante, al que hay que ofrecerle seguridad y limpieza en sus vagones, dos factores que difícilmente se están cumpliendo. Y la taquilla de la suerte. Una taquilla que Barbate nunca encontró.

Suba. Si quieres puedes subir al vagón de la necesidad, familias que no aguantan los techos de sus hogares, que sufren por un trabajo para alimentar las bocas que, en muchas ocasiones, son mantenidas por abuelos y tíos. El vagón de la necedad, aquí están montados más de uno. Es difícil que puedas subir, pero es muy fácil quedarte en el mismo. Sólo tienes que callar la boca y luego hincar las rodillas. Si quieres vagones más profundos, no dude en buscar el de la incultura, donde un estómago te recordará siempre que no puedes morder la mano de aquel al que un día te vendiste por un billete de primera.

Barbate no llegó a la hora para coger el tren en el tenía que haberse montado. Allá por el 20 de febrero de 1926, en nuestro antecesor rotativo, “Heraldo de Barbate”, se aludía con vehemencia a la necesidad del ferrocarril directo San Fernando-Algeciras, con su paso por nuestra localidad. Algo que sucede hoy en día con la autovía. Por aquel entonces, se hablaba de que al gobierno local o no le interesaba o no veía cómodo pedirlo, criticando este hecho esgrimiendo que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece, dijo no sé quien con admirable sentido de observación, confirmado por la historia de todos los tiempos”. El texto, firmado por ‘El de la Triste’, se desgañitaba a gritos, pidiendo lo que hoy día diríamos “aprended los señoritos casineros, los grandes teorizantes de cafés y tabernas, los imbéciles de chicha y nabo que llena el mundo con su repugnante bestialidad de animales domesticados a latigazos; los tontos de capirote que consideran la vida como algo a que se vine a lucir una gruesa cadena de oros sobre el vientre y unos anillos falsos en los dedos nudosos y peludos”. En definitiva, los intereses particulares, por encima siempre de los comunes. Una losa insufrible para un pueblo, que ve como día a día los raíles se van oxidando, entre la desesperanza de los jóvenes, prestos a viajar por otra vía para labrarse su futuro.

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