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Veraneo (I)

Fita | 10 de septiembre de 2013

"Un veraneo de casi la mitad del año que disfrutaban las élites más aristocráticas en siglos pretéritos, la alta burguesía europea y americana comenzó a ceñirse a los meses de la estación en el siglo XIX y primera mitad del XX"

Veraneo: Pasar el verano fuera de su lugar de residencia. Parece que los diccionarios y páginas web coinciden en darnos esta definición sobre este término. Sin matices. Ninguno aclara cuestiones como para qué, cómo, dónde, desde cuándo, hasta cuándo, con quién… claro que eso sería como encontrar la llave del tesoro mejor guardado. Ya que incluso aunque convengamos que el veraneo es propio de esta estación del año, que implica un desplazamiento de nuestra residencia habitual, que cuenta con nuestro tiempo libre y que el objetivo global de las actividades que esperamos realizar es disfrutar de ese tiempo de ocio; cada una de estas premisas ha ido cambiando a lo largo de la historia.

Empezando por la duración temporal ya que de un veraneo de casi la mitad del año que disfrutaban las élites más aristocráticas en siglos pretéritos, la alta burguesía europea y americana comenzó a ceñirse a los meses de la estación en el siglo XIX y primera mitad del XX. Será en la segunda mitad del siglo pasado cuando los asalariados conquisten el mes de descanso estival –Dinamarca en 1932 fue el primer país que lo institucionalizó, siguieron Inglaterra, Francia y EEUU- el momento desde el cual comienza a ser un mes la temporalidad acordada al veraneo.

Bien es verdad que ajustándose a la economía privada de cada veraneante o a los distintos ciclos de la economía, como el actual cuando muy difícil es que pueda sobrepasarse la quincena de jornadas dedicadas a esta práctica veraniega. Aunque acordamos que el ocio es el objetivo de estas estancias temporales, también hay que matizarlo pues el tiempo libre ha sido una seña de identidad reservada a las clases privilegiadas hasta, como hemos dicho, no hace algo más de medio siglo y eso con cuentagotas ya que aún no se ha universalizado ni alcanza a todas las sociedades o culturas. También es obvio que se haya empleado en actividades que se acordaran a los valores de la clase que lo disfrutaba en cada época.

Como los pilares de nuestra cultura occidental se cimentan en los clásicos, parece demostrado que ellos también son los que inventaron el tiempo libre eso sí, reservado para los ciudadanos mientras que los esclavos no tenían ni un momento de descanso, y aunque los griegos lo solían dedicar más al cultivo del pensamiento por lo que con desplazarse a la plaza del pueblo –el ágora- les bastaba y serán los romanos, a los que se les atribuye un sentido más práctico y empírico, los que inventaron el ocio convirtiéndolo en el sello distintivo de sus ciudadanos, especialmente de sus patricios que amaban y cultivaban el tiempo libre practicando actividades placenteras –la música y el teatro pero también los banquetes, los bailes, los baños, juegos atléticos etc.- para lo que construyeron ciudades de veraneo como Ostia o Pompeya donde construyeron unos edificios que se adaptaban a sus placeres veraniegos. Desmadre que la cristiandad medieval prohibió como el más grave de los pecados, la búsqueda del placer.

Me dirán que cruzadas y sobre todo peregrinaciones podrían considerarse como propias del veraneo al suponer un desplazamiento. Pero, aunque viajero, el peregrino no busca su solaz en la tierra sino en el cielo por lo que el camino santo es una ruta de exculpación de pecados y por ello de dolor y sufrimiento. Quizás cumplido el camino y alcanzado el perdón divino, podría considerarse como un placer espiritual pero muy alejado de los objetivos de un viaje de verano. Las cruzadas y otras guerras aunque se preparan en primavera para atacar en verano e implica un desplazamiento del habitual, y aunque algunos caballeros se sientan colmados y realizados en la lucha, sería más acorde considerarlo como función o trabajo y no como ocupación en tiempo libre.

Las élites renacentistas retomarán el gusto de sus antepasados por ocupar los días más largos del año con actividades placenteras, eso sí con la exquisitez que su riqueza y su petulancia les permitiera. Buscarán los más hermosos lugares de la campiña y de las sierras próximas donde la pureza del aire y la belleza de la naturaleza fueran el escenario adecuado para construir villas de verano donde dedicarse a las actividades propias de una plutocracia que se apropió de la estética como signo elitista de clase. Los monarcas absolutistas del XVII e incluso los ilustrados del siglo XVIII llevarán esto a su paroxismo, construyendo palacios de verano y albergando las más deslumbrantes y costosas actividades de recreo, desde la caza, los bailes de salón hasta las fiestas más suntuosas y extravagantes.

Mientras los jóvenes de noble cuna viajaban por Europa como una etapa iniciática para alcanzar la nobleza de sus títulos, impregnándose de la cultura y alternando con las familias más ilustres. Y aunque en la época contemporánea la burguesía racional e industriosa sustituyó en la élite a las otras clases sociales, no se sustrajo de hacer del veraneo un hábito social de clase. El mar se puso de moda -parece el rey inglés Jorge III en 1816 fue el que inauguró esta costumbre del baño en el mar- adornado de virtudes terapéuticas y como espacio idóneo para deportes de vela y otros juegos atléticos ya que la ociosidad no se acordaba con el esfuerzo y el mérito individual que eran virtudes de esta clase. En España y sobre todo desde que Alfonso XIII en 1913 convirtiera el palacio de La Magdalena de Santander en su residencia veraniega, el destino exclusivista por excelencia serán las playas del norte.

Allí el aire más fresco y sus cielos frecuentemente nublados permitirían a las damas cuidar la blancura de su cutis y lucir con menos sudores sus elegantes ropas llegadas directamente de París, paseando por los elegantes paseos del Sardinero o La Concha en San Sebastián. Bien es verdad que a lo largo del año comenzaron a surgir otras formas turísticas, como las estaciones de esquí o los balnearios pero no rivalizaron con el verano para ocupar el tiempo libre del año. Y que las clases populares de ciudades cercanas al mar, como sucedía en España en Barcelona, Valencia, Málaga etc., se acercaban el domingo a la playa en tren o tranvías a merendar y bañarse a la orilla del mar. (...)

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